EL MILÁN DE SACCHI
Si hay algo que ha caracterizado al fútbol italiano, del que se le ha acusado en más de una vez, es de cerrarse atrás y esperar un contragolpe que le permita acabar con un 1-0, suficiente para llevarse la victoria. El conocido como catenaccio, para muchos lo menos parecido al fútbol que se puede jugar. Aunque como siempre hay excepciones, y una de ellas es precisamente del equipo del que queremos hablar ahora. Un club italiano que entre los 80 y los 90 del año pasado marcó una época, tanto para la visión del fútbol en el país como en todo el continente. Un equipo que le debe todo lo que fue a su entrenador: Arrigo Sacchi.
Un concepto revolucionario de fútbol en Italia
La filosofía de juego del AC Milan cambió por completo cuando Sacchi se hizo cargo del equipo. Una defensa zonal, presión en las líneas delanteras y cubrir los espacios era algo que no se había visto nunca en el modo de jugar de un equipo italiano. Llegó del Parma, el técnico tenía un encargo muy difícil, ya que el Milan no estaba precisamente en un buen momento deportivo. Berlusconi (si, ese) acababa de inyectar una importante cantidad de dinero para tratar de levantar el equipo, pero no fue sino hasta que Sacchi se encargó de entrenarlo que no se obtuvo a ver los resultados deseados.
Defensa marca de la casa
Como no podía ser de otra manera, la línea de atrás estaba copada por defensas italianos. Algo que no extraña, ya que podemos encontrar a Franco Baresi Y paolo Maldini entre las mejores defensas de la historia. Con una defensa firme y ordenada, todo podría apuntar a que el entrenador pensaba hacer lo mismo que tantos otros equipos italianos hacían: jugar cerrados atrás. Pero nada más lejos de la realidad. Hubo algunas sorpresas que concluyeron de fuera y que marcaron la diferencia entre este y el resto de equipos nacionales, entregaron al Milan un personaje europeo desconocido para muchos.
La ''conexión holandesa''
El centro del campo incorporó a tres grandes jugadores holandeses, que hicieron tanto historia con el club como en su selección. Rijkaard templaba los nervios de forma elegante, mientras que sus dos compatriotas, Gullit y Van Basten, hacían de las suyas un poco más arriba, hasta rematar las jugadas en la portería contraria.
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